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Loretta Rizo Patrón

Celosamente guardado

Felizmente pensamos ir a su casa ayer feriado. Lo encontramos almorzando con su mamá en el comedor. Cosa rara, hace más de dos meses que no se levantaba de su cama porque era todo un despliegue retirar la conexión del balón de oxígeno que le permitía respirar.

 

       —Hola Wicho, ¡qué bien se te ve, hermanón!

       —Hola, pasen, pasen.

  —No se vayan a incomodar por nosotros, sigan almorzando que los acompañamos.

       —Carloncho, sírvete unas chelas. Ya sabes dónde están.

      Comía con dificultad y estaba muy chaposo. Aun así, era el mismo Wicho con su pelo ensortijado, sus ojos negros y pestañas largas, que siempre me traían a la memoria la cara del camello que había montado una vez de niña en un viaje con mis papás a Marruecos. Hablamos de su casa, mejor dicho yo hablé para subir los ánimos: «Qué bonita quedó la sala después de los últimos cambios de tapiz y cortinas: se respira un aire más fresco».

*** 

​Cuando conocí a Wicho, todos éramos jóvenes y vivíamos en la casa de nuestros papás. Él era el mejor amigo de Carlos, mi enamorado. Era flaco y alto, el único que tenía carro, un descapotable del año, y plata porque trabajaba en las minas de su papá desde que era un adolescente. Cuando íbamos al club, Wicho ya tenía mesa separada y nos esperaba con el vaso en alto brindando por la felicidad de vernos una vez más. La botella de whisky etiqueta negra era para compartir con el resto del grupo.

      Me casé antes que todos los demás, excepto Wicho, porque nunca se casó. Una vez mi papá, de visita en nuestro departamento, le preguntó:

       —Wicho, ¿por qué no tienes enamorada?, ¿cuándo te vas a casar?

       —Doc, yo no me voy a casar porque su hija ya tiene esposo— y se rió.

    —Carlos, que andaba ocupado descorchando una botella de vino, volteó y dijo:

       —Te la cambio por dos lingotes, Wicho.

***

​Mientras tomaba la cerveza helada, y Carlos conversaba con Wicho y su mamá, reparé en la casa. Mil veces antes habíamos disfrutado de reuniones y fiestas, pero recién ahora me fijé en cada adorno, en cada lámpara, en cada cuadro, todo era de diseño muy bien dispuesto.

      Me quedé mirando la araña que colgaba sobre nuestras cabezas exactamente en el medio de la mesa redonda, era de cristal de Venecia y tenía un millón de lágrimas transparentes que reflejaban los colores en tonos verdes y vino tinto de la alfombra persa. Mi mirada se desvió al bar donde vi botellas de whisky etiqueta dorada y azul, Cognac Napoleón, Ron Zacapa XO, Champagne Moët & Chandon; más allá logré distinguir una colección de vinos que supuse serían una selección de lo mejor. Seguí mirando hacia la entrada donde había una consola de mármol de carrara sobre una base de bronce que hacía juego con el marco de un gran espejo que colgaba de la pared, justo encima. Aunque se encontraba algo lejos, mi posición en la mesa me permitía ver la imagen de Wicho. Solo entonces me di cuenta del daño que la enfermedad le había causado.

    Comencé a sentir calor. A pesar de ser junio, la chimenea estaba encendida como queriendo anticipar el invierno.

***

 

Cuando estábamos recién casados y vivíamos en Miraflores, Wicho siempre aparecía y nos jalaba a sus planes locos:

    —Vámonos a tomar unos irish coffees al Haití. Sin darnos cuenta, se nos pasaban las horas, llegábamos al comenzar la tarde y nos botaban al tiempo que recogían las sillas sobre las mesas para cerrar. Otras veces, simplemente nos quedábamos en el departamento, caía alguien más y armábamos partidas de póker. Con el tiempo los planes se volvieron más sofisticados, venía Wicho y nos decía:

       —Hoy comeremos comida japonesa, los invito al mejor restaurante.

       —Arréglense rápido, vamos a probar comida tailandesa.

     —Tengo una botella etiqueta dorada, vamos a empilarnos y luego a comer algo sencillo, unas pastas.

    Y fue por Wicho que desarrollamos nuestra cultura gastronómica, mucho antes de que Gastón apareciera en su programa degustando platos en vivo. A mí me gustaba su compañía porque era gracioso, aunque ya se decía por ahí: «Doña Flor y sus dos maridos».

      Incluso llegamos a viajar los tres en un crucero de cinco días por el Caribe. Nos divertimos con locura: Cada noche buscábamos el bar o la discoteca que ofrecía el mejor entretenimiento. Carlos y yo nos metíamos un rato antes al jacuzzi que estaba en la cubierta y podíamos ver el cielo estrellado en alta mar. Una noche de luna que salí sola del jacuzzi, porque sentí frío, pude ver a lo lejos la figura esbelta de Wicho apoyada en la baranda. Me acerqué y me saludó tan efusivo como siempre, sin embargo, noté que tenía los ojos vidriosos y que se habían adelantado a tomar sin esperarnos.

      Compartimos treinta años de nuestra vida, se hizo costumbre, y de repente, a principios del verano, Wicho se puso mal. Viajó a los Estados Unidos, hizo uso de su seguro internacional para tratarse con los mejores doctores, pero nada pareció recuperarlo. El deterioro era inminente.

***

Felizmente pensamos en ir a su casa ayer feriado. Hoy nos despertamos con el ring del teléfono: «Wicho ha fallecido». Lo increíble fue que al despedirnos ayer, dijo algo que recién creo comprender hoy: «Me voy por una enfermedad jodida, me voy a quedar con ganas de los profiteroles de su veinticinco aniversario; mi amor siempre fue para los dos».

     Wicho no nos llegó a confesar lo que tenía, y si nunca se casó fue porque Carlos ya se había casado conmigo. De alguna forma se lo dijo a mi papá.

Loretta Rizo Patrón

(Lima, 1953)

Cursó sus estudios de Lingüística y Literatura en La Pontificia Universidad Católica del Perú. Dedicó su vida a la docencia en los colegios Santa María Marianistas y San Pedro. En el 2005 ingresó como profesora de inglés en La Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Actualmente está retirada. Motivada por su interés en escribir ha llevado distintos talleres: narrativa con Rossella Di Paolo, narrativa avanzada con Alonso Cueto, novela con Max Palacios, y lectura con Jeremías Gamboa. Ha publicado Bajo tus ramas en noviembre de 2013 con Pájaros en los cables editores, Mosaico de caricaturas refinadas en agosto de 2015 con Paracaídas editores y Vivir es plantar sueños en noviembre de 2016 con Editorial Bisonte. El presente cuento pertenece al libro Mosaico de caricaturas refinadas.

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