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Rocío Santillana

El túnel

Entré. En la oscuridad, mis latidos, y las perlas del collar balanceándose sobre mi pecho. Un aliento erizó mi oído: -¿Quieres seguir? Asentí. Las paredes se estrecharon. Unas manos dejaron caer mi vestido recorriendo mi cuerpo. Una boca tocó mis labios y descendió hacia mi vientre. Una lengua, dos, recibieron mis pezones al avance de mis pies descalzos. -¿Estás segura?, dijo, entrecortada, la voz. Yo extendí mis brazos: espaldas, hombros, tórax, senos, nalgas, sexo… y la oscuridad. Una gota mojó mi muslo. Ombligos atravesados, pieles labradas por tatuajes, mi collar enredándose entre los cuerpos. -Ya no puedes arrepentirte, se rompió la grave voz junto a mi mejilla. Y fueron un enjambre danzante sobre mí labios, lenguas, cuellos, brazos, senos, nalgas, sexos húmedos y erectos. Una mano se bañó entre mis piernas. Yo mordí las perlas y mis labios empezaron a sangrar, inoportunos. -¡Corten!, chilló alguien. Y las luces se encendieron.

 

Sex machine

Él creía saber cómo funcionaba aquello. Lo había visto en cientos de series y películas, y la realidad no parecía diferente. Ella dijo que entonces nada. Él se lo pensó y dijo vale. Así que ella condujo las manos de él por la cordillera de su cuerpo. Lo llevó por cimas inalcanzables. Hizo que trepase sus laderas y se zambullese de un salto mortal y armónico en las aguas cristalinas al fondo del precipicio. Luego, ella lo varó en una roca y él la vio flotar libre entre la corriente. Absorto ante el río que corrió entre sus dedos, él se descubrió virgen a pesar de todas las muescas de su revólver. Por una vez no había echado una moneda en la ranura de la máquina, ni esperó a que el café saliera ya caliente para remover la cucharita, tomárselo de un trago y tirar el vaso a una papelera.

 

Purple you. Purple me.

Tan mojada estaba bajo mi propia lluvia, que no vi la nieve de abril. No hasta que mi lengua probó una gota sin rumbo y aparté la escarcha de mi ventana para buscarte al otro lado. Desde entonces siento frío en cualquier época del año y consuelo a una huérfana de amantes imposibles que lamenta lo que no hizo. Sin descanso trepo horas nocturnas, como si al llegar a tus ojos los míos fueran a renacer. Y lo hacen. Entre lluvia y nieve me encuentro conmigo y te revivo a ti también. Amo lo que más desprecias de ti. Y a cambio te ofrezco lo que de mí más repudio. Nunca me verás reír bajo la lluvia. Siempre me oirás decir tu nombre. Jamás debió nevar en abril.

Rocío Santillana

(Lima, 1967)

Trabajó como guionista en Madrid. Ganadora del 1er Premio Bioy Casares de Cuento (Buenos Aires, 2010), es narradora, videoartista y autora del poemario Erocéntrica Poesía Inconsecuente.

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