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Santiago Vizcaíno

Apátrida y fría amargura

 

 

Esta noche que aburre es un páramo.

Puedes gritar, pero el mundo es sordo.

Este día que aburre es un cuchillo afilado.

 

Puedes olfatear el frío como un perro.

Romper la brisa.

Comer el pan mohoso en la tarde que termina.

Llegar tarde a la agonía.

Mendigar la sobra de tu amo.

Puedes anidar como una enfermedad venérea.

 

Pero siempre la noche acumula la mansedumbre del día.

Es una gárgola: ya no mira al sol.

Nunca ha mirado el parpadeo de una muchacha enamorada.

Solo sabe cortar el hálito de la lengua.

Y vos, solo confort, ocio desnudo.

 

¿Cómo sobrevivir a la modorra?

¿Qué haces rendido sin comprender lo que te dicen?

Copia, haz un cante lastimero,

una moneda que brille en el bolsillo de tu camisa.

Cuenca, no more

 

A Luis Borja Corral,

duendecillo valiente

 

Decía no fumar y fumamos.

Era la furia.

Dos cadáveres encendidos en una Atenas taciturna.

Yo no era más hombre, sino ridículo.

Pero aprendí que la amistad es «fulgor del instante».

Nos estábamos leyendo,

el rostro,

el cuerpo,

leyendo y golpeando los cerebros,

el uno contra el otro.

Qué hermosa batalla del ego,

de la citación, de la mala traducción de nosotros mismos.

Decía no beber, y bebimos.

Anduvimos ebrios por las húmedas calles de la ciudad

como dos raposas perdidas en el asfalto.

Y comimos el cuy más delicioso del mundo,

chupándonos los dedos,

bajando esa paz salobre con una patucha pecho amarillo,

como tiene que ser.

Decía no drogarse y nos drogamos.

Fuimos felices aspirando,

o más bien inspirando la envidia de los sobrios.

Pero había alguien más:

Lo cito: «Si uno bebe, si bebe

nuevamente, si bebe hasta caer por tierra, debe levantarse

y continuar bebiendo hasta contemplar el Dragón».

El Fakir es mi pastor.

Decía no vomitar y lo hicimos.

En el vado vivo del río Tomebamba, vomitamos.

El vino salía como la sangre.

Manantial de vino sangre de la dark gorge.

Como esa canción, más bien el video: Pass this on.

Decía follar, y no follamos.

Violamos a una mujer imaginaria,

daviliana,

que rompió una botella

en el justo momento del beso. 

Pero no sufrimos.

Lloramos de ardor fervoroso de la dicha.

Como una pastilla incandescente.

Decía tomar el vuelo, y no lo hicimos. Porque la memoria se nubló.

Queda la resaca del goce.

Cuerpo moribundo, depresión postparto. 

Nostalgia de la ola que nos revolcó.

Yo ahora reposo en la arena.

 

De un solo tajo

 

Olvidaste las llaves.

Olvidaste cerrar

silenciosamente

el cerrojo de tu corazón agotado.

Mucho ruido.

Demasiado ruido para partir.

Olvidaste dejar una nota de despedida,

todavía mojada por una última lágrima

como una gotera.

Todo el jardín está marchito.

Lucas, el perro, ha dormido también mordiendo

el pantalón que usabas para despertar.

Estaba molesto.

Se ha secado sus lágrima contra el césped.

Pero ya le ha pasado.

Olvidaste también el vino comprado para festejar

el triunfo de la noche.

Ya lo destapé.

Ya lo bebí.

Era muy dulce para mí.

El éxtasis de la soledad mina la habitación.

O sea que ya nadie te extraña.

 

 

 

 

bicho malo

 

a nogueira

 

soy el bicho malo que cuece el hoyo bajo de tu vientre. soy la mano en la faltriquera de carne que explota. también me embriaga el sonido de tu falda cuando se pliega. soy el animal meditabundo sobre la cuerda floja con sus pies desnudos. ¿te acuerdas que bailabas soles sobre el asfalto de la ciudad mediterránea? ¿te acuerdas que nos acostamos en el catre inmundo del cielo de un cuarto piso como dos palomas de terciopelo? soy la tumba que palpa tu mano y seduce tus reglas. te digo: ven a dirigir conmigo la masa enloquecida de antiguos fantasmas. soy la flama que abrasa la concha viva en el asadero de tu juventud. bicho malo / bicho malo, afirma la boca que eras con su aliento de pez moribundo. y ya no quieres / ya no quieres al bicho malo que encarna la pérdida de tu infancia. al bicho malo que aprieta el labio de la niña pálida. soy el bicho negro atravesado por el ande. he ido hasta arriba de tus pies a contemplar la isla dichosa del son. bicho malo / bicho malo. iré otra vez a cubrir tu talle entre las rocas. iré siempre detrás de la sombra que derrama la lengua, porque soy el hermoso insecto del que huyes acomplejada del espasmo. soy el bicho malo que fuma tu cabeza, devana el amanecer y se esconde cobardemente entre sus patas. pronuncia bien: bicho malo / bi-cho ma-lo.

 

 

 

¿Qué habrá pintado la noche con su tacto sobre la suciedad del destino?

 

A María José Machado

 

 

Y si te han sellado la boca con el dulce cadáver del otro,

y si has nacido lúcida, indecible,

atónita de insuficiencia sobre el sentido de la epidermis;

nada ha de advertir la impudicia que carcome el cuerpo

  cuando se mueve.

Nada ocultará el pozo que fluye detrás de tu mano como un riñón sangriento.

 

Y si el discurso de lo auténtico cubre la verdad de parirte enferma,

así era desde el inicio cuando la curva de la sombra

perdía la distancia con el borde del diluvio.

 

Nada ha de designarte, sin embargo.

Los maestros suelen mentir como la ficción

que se cuece en el destino de una lengua bípeda.

Nada, entonces, estorbará el tránsito hacia la gran vulva

que acerca sus labios hacia tu corazón

                                                                                              y te desboca.

 

Santiago Vizcaíno Armijos

(Quito, Ecuador, 1982)

Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Fue  Becario  de  Fundación  Carolina  en  la Universidad  de  Málaga,  donde  cursó  un  máster  en  Gestión  del  Patrimonio  Literario. Es director  del  Centro  de  Publicaciones  de  la PUCE. Su  primer  libro  de  poesía,  Devastación  en  la  tarde, recibió el Premio Nacional de Literatura en 2008 por parte del Ministerio de Cultura. Asimismo su libro de ensayo Decir el silencio, en torno a la poesía de Alejandra Pizarnik, que obtuvo el segundo lugar en esa categoría. Recibió el segundo Premio Pichincha de Poesía 2010 por su libro En la penumbra. También ha publicado en poesía: Hábitat del camaleón (Quito, Ruido Blanco, 2015) y Canción para el hijo (Hanan Harawi, Lima, 2015); y en cuento: Matar a mamá (Buenos Aires, La Caída, 2012, 2015).

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