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Susana Sussmann

Las aguas de Kununurra

Cuando era joven viajé a Australia. Yo era estilista y mi trabajo era cuidar el cabello de los actores y actrices que participaban en las películas del estudio. Gracias a ello tuve la oportunidad de conocer muchos lugares exóticos, pero las cascadas de Kununurra en Australia han sido, de lejos, las que han quedado grabadas más profundamente en mi memoria. Y es que allí viví algo inolvidable.

Los primeros día fueron como los de cualquier otra filmación, agitados, tensos, rutinarios. Pero una mañana desperté desasosegada. Había soñado durante toda la noche, pero no podía recordar con qué. Solo tenía una extraña sensación, como si el sueño hubiera cambiado algo en mí. Por la tarde, durante el descanso, fui a dar un paseo por los alrededores y fue cuando descubrí las cascadas más hermosas que había visto en mi vida. Quedé extasiada mirándolas, hasta que, pocos minutos después, escuché un movimiento en los matorrales. Era una de las actrices, que también había encontrado el lugar. Nos sonreímos con complicidad, y hablamos de volver al lugar para darnos un baño. Juntas emprendimos el regreso, pero en el camino nos encontramos a otras dos chicas que venían paseando en dirección de las cascadas. Al poco ya nos habíamos puesto de acuerdo.

Los siguientes días fueron muy agitados y terminábamos tan agotadas que nos íbamos directamente a dormir. Lo malo era que tampoco podíamos descansar. Cada una de nosotras despertaba por la mañana con grandes ojeras, habiendo soñado, pero sin poder recordar con qué. A veces despertábamos en plena noche y no lográbamos conciliar de nuevo el sueño. Por la mañana nos contábamos estas cosas y nos prometíamos que un baño en la cascada sería reparador.

Finalmente, una medianoche nos dimos una escapada. Éramos siete, todas las mujeres del grupo. Ninguna de nosotras podía dormir y lo atribuimos al calor. Hacía tanto, que ni siquiera pensamos en llevar algo con qué secarnos, pues no nos daría frío aunque dejáramos a la brisa nocturna hacer el trabajo.

Así llegamos a las cascadas, casi a trompicones, muriéndonos de la risa. Nos despojamos de la ropa y nos lanzamos desnudas al agua. Fue algo delicioso. Como si la laguna estuviera llena con la esencia misma de la sensualidad. Recuerdo demasiado bien lo que sentí. El agua me acariciaba la piel como si fuera la mano delicada de un amante y comencé a temblar a pesar de la tibieza que me rodeaba. Me sentí cohibida por lo que estaba sintiendo, y miré a mis compañeras. Todas habían callado. A la tenue luz de la luna me pareció ver labios entreabiertos y miradas avergonzadas. Poco a poco nos fuimos acercando unas a otras, casi sin notarlo, como buscando protección. Y, sin embargo, no era miedo lo que yo sentía. Era más bien una sensación de comunión con ellas, mis hermanas, y con la naturaleza que me rodeaba. Nos abrazamos. De los abrazos nacieron solas las caricias y los besos, y perdimos por completo el control. No recuerdo bien lo que sucedió después, pero jamás olvidaré el cosquilleo que sentía entrar por cada poro de mi piel, como si el agua fuera pasión líquida.

Después de esa noche, pude dormir de nuevo, aunque nunca dejé de soñar mientras permanecí en el lugar. Solo que ahora podía recordarlo. Yo veía en sueños a un joven desnudo que salía de las aguas y que me llamaba por mi nombre mientras sonreía. Nunca me atreví a preguntar a las demás si seguían soñando. Temía que el joven las llamara a ellas igual que hacía conmigo.

Cuando volvimos a casa después de la filmación desaparecieron los sueños, pero nos quedó algo más. Las siete volvimos de Australia embarazadas. Pensé lo que era obvio: cada una de nosotras habría desahogado aquella lujuria que nos había invadido con algún amante. El esposo de Nicole, por ejemplo, se sintió agradablemente sorprendido con la noticia de que sería padre otra vez, después de tantos años. Es lo que pensé hasta hoy, veinte años después, que mi hija me ha dicho que soñó con un joven que la llama por su nombre desde una cascada, mientras sonríe.

Susana Sussmann

Escritora venezolana de ciencia ficción y fantasía, editora de la revista «Crónicas de la Forja», coordinadora del taller literario Los Forjadores, organizadora de las Tertulias Caraqueñas de Ciencia Ficción, Fantasía y Terror, activista de la ciencia ficción, física de cuerdas y supercuerdas, metróloga de masa, auditora de calidad, feliz madre y esposa... y a veces también duerme, pero no siempre.

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